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“Recordar es fácil para el que tiene memoria. olvidarse es difícil para quien tiene corazón”

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“Recordar es fácil para el que tiene memoria. olvidarse es difícil para quien tiene corazón”

 

Sol Sánchez

En este nuevo número del FARO me apetece mucho hacerte partícipe de algunas historias que a mí, me han tocado el corazón.

Especialmente porque desde que las conozco, ya no paseo por las callejuelas de Hellín observando las fachadas silenciosas y deshabitadas de cada casa…, ahora miro mucho más allá y me doy cuenta que detrás de cada vivienda hubo una historia.

Unos antepasados que conectan con nuestra alma, que nos imprimen valores, sentimientos y emociones, que a día de hoy, penden de cada una de esas estrellas que miramos en nuestro cielo particular. Os prometo que mientras escriba, siempre lo haré construyendo historias tejidas con la magia y el amor. Porque soy una fan del amor. Porque conocerlas me hacen creer que el amor es una realidad para unos, un sueño para otros, una necesidad, un deseo…

Porque construirlas con las letras me emociona, me subyuga y me hace acortar distancia entre las personas que queremos y se fueron. Pero hay una historia que me gusta mucho:

En el año mil novecientos veinte, un hellinero llamado Ricardo tuvo que irse a hacer la mili a Cartagena. En esa misma ciudad se encontraba Basilisa, una guapa muchacha de Molina de Segura, que por aquellos tiempos trabajaba sirviendo en la casa de unos Señoritos de la época.

Un día Ricardo y Basilisa, aprendices de la casualidad o el destino, coincidieron por una de las calles y al mirarse a los ojos, decidieron que nunca más se separarían. Lucharon tanto por su amor que a los pocos meses, volvieron juntos a Hellín y se instalaron a vivir en una casa humilde, con el suelo de piedra en el Cerro de San Rafael. Tuvieron una hija llamada Ana, que se crio correteando y jugando con otros niños en la entrañable cuesta, en unos tiempos muy duros.

Años más tarde, durante la guerra, desde Talavera de la Reina, ciudad muy castigada durante el combate, llegó a Hellin huyendo del dolor, las miserias y el hambre un matrimonio con una niña y un niño, llamado Paco.

Una familia conocida por el apodo de “Los Paisa”, dueños de una panadería en la calle Cautivo, decidieron quedarse con el chico, mientras los padres y la hermana fueron acogidos por otras familias en Agramón. Paco comenzó a ayudar en el negocio, convirtiéndose en un gran artesano de la panadería, muy conocido como “Paco el del Paisa”.

Un buen día, Ana, la guapa hellinera del Cerro de San Rafael entró a trabajar en el horno, y al ver frente a ella, por primera vez a Paco, el corazón se le alteró, lo mismo que a él. Cupido hizo de nuevo un buen trabajo y desde ese día comenzaron a vivir una intensa historia de amor y ambos decidieron formar su hogar en esa misma casa en el Cerro de San Rafael, en la que fruto de ese apasionado romance, rápidamente llegaron dos niñas y un niño.

Pasaron décadas felices, entre los abuelos Ricardo y Basilisa que no dejaron de demostrarse admiración hasta el último de los días, junto a los enamorados Paco y Ana, y sus hijas entre arrumacos y mimos. El amor florecía en el interior de una humilde casa cuyas paredes se pintaban de cal cada primavera. Un hogar lleno de buenos presagios. Un hogar, que albergó bajo el mismo techo a tres generaciones. Unas paredes que iban guardando historia, esfuerzos, sorpresas y hallazgos, en un barrio casi sagrado a los pies de la Ermita.

Un barrio desde el que en las noches despejadas, creían poder tocar las estrellas y además se podía ver a la Virgencica del Pino y los niños saludaban desde lo alto al tren cada vez que pasaba. En el que todas las puertas siempre estaban abiertas. En el que en verano los adultos tomaban el fresco y los chiquillos jugaban y corrían, y unos días compraban polos “ca la Canuta” y otros en “la Gurulla”. Polos que saboreaban contando historias de terror que después no los dejaban dormir. Un barrio en el que en los fríos inviernos, Ana mandaba a sus hijas a la serrería a comprar picón y otras veces iban a la panadería de “la Carmen” con el brasero en las manos, para que se lo llenaran de ascuas y así poder calentarse.

Me contaron que en los días de lluvia Basilisa (la abuela) Ana y sus hijas se quedaban en la puerta de casa durante horas, observando caer la lluvia resbalando por los escalones cuesta abajo. Respirando el aroma a tierra mojada y viendo salir el Arco Iris por detrás del Cerro del Pino.

En Feria, todos los vecinos del barrio se sentaban en las escaleras de la cuesta y se deleitaban con los fuegos artificiales y en Navidad, por las noches elaboraban con papel las cajas de las magdalenas, que llevarían a cocer al horno a la mañana siguiente, junto a rollos de naranja, de yema, mantecados de almendra y vino blanco, suspiros y tortas de manteca. Todo con el toque final de la mano de Paco, gran panadero. Después esos dulces se guardaban en un zurcacho en barreños y lebrillas que se tapaban con un paño. A Ana la llamaban la reina de las magdalenas por lo buenas que le salían.

Una casa en la que cada Noche de Reyes, Paco llegaba de madrugada y venía con tres cuentos en la mano y les contaba que al salir del trabajo, los Reyes Magos lo estaban esperando para decirle que sus hijos habían sido buenos y que les diera esos cuentos de su parte.

Era la casa de mi buena amiga Paqui Rocha, a la que fui muchas tardes. Recuerdo que la puerta estaba tapada con una cortina y que dentro había un ambiente muy especial. Una casa que por la razón que sea, jamás se me ha olvidado y siempre que recuerdo la cuesta de San Rafael, que es de las partes del pueblo que más me inspiran, siempre me veo en el interior de ese hogar que tanto me evoca y que tiene parte de culpa de que crea que mi pueblo, nuestro pueblo Hellín es un lugar encantado. Habitado por generaciones de personas que dejaron su huella latente en cada pequeño rincón. Personas que fueron nuestros padres, abuelos, y que al echar la vista atrás nos humanizan el lugar que nos vio crecer.

Sé que los últimos días el frío se ha instalado en nuestra tierra manchega. Me encantaría que con este escrito ponga algo de calor en vuestro corazón y que mi amiga Paqui Rocha no se enfade al comprobar que su familia me ha inspirado para contar esta historia a la que todos los hellineros nos hace sentir orgullosos y un poco más cerca de las profundas y bellas raíces a las que pertenecemos. Que el amor perdure cerca de cada uno de los que ahora habitamos este pueblo y que nada se vaya para siempre.

Paco murió hace años y Ana convive con el voraz Alzheimer que nos borra los recuerdos, al calor y cuidados de sus hijas que la adoran y que siguen demostrando la profunda forma del amor. Pero estoy convencida que hay un espacio entre el Cielo y la Tierra en el que Paco y Ana quedan la mayoría de tardes, para ver salir el Arco iris por detrás del Cerro del Pino.

Porque aunque el mundo se pusiera frente a mí para convencerme que eso no puede ser, yo seguiré creyendo que sí. Porque no hay nada más grande que el poder del amor y la magia que habita en el interior de los habitantes de Hellín.

Y estoy convencida, que al ver esta foto que os muestro de Ana y Paco, vosotros también tendréis la misma certeza que yo.

Como dijo Gabriel García Márquez:

“Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidarse es difícil para quien tiene corazón”.

Os deseo una semana en la que, a vuestro lado, brille el AMOR.

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