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Los límites del amor sin límites

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Los límites del amor sin límites

Antonio García

Ni lo entiendo, ni lo puedo entender. Ni lo acepto. De ninguna de las maneras. No seré yo quien se ponga a debatir una opinión médica. Y desde luego, no entraré en el complicado y para mí desconocido mundo de las leyes extranjeras y, menos aún, en las que regulan las relaciones internacionales. Pero algo sí que conozco del amor de los padres. Del incondicional e inconmensurable amor de unos padres por sus hijos.

Alfie Evans, el niño británico de 23 meses que estos últimos días ha recorrido los noticiarios del mundo, definitivamente ha sido desahuciado. Desahuciado él y desahuciado el amor de sus padres. Han perdido su justa batalla. Sin contemplaciones y en aras de la justicia de los hombres. Y de fríos y asépticos códigos legales, o de la interpretación personal de los mismos por parte de un juez.

Como todos ustedes sabrán, Alfie Evans fue desconectado el pasado lunes de la máquina que le proporcionaba oxígeno. El equipo médico aseguraba que sin dicha asistencia, el niño moriría en pocos minutos. Pero Alfie se reveló contra ese dictamen y se aferró a la vida, rompiendo todos los esquemas. Y sigue vivo en el momento en que escribo este artículo. ¿Es por su propia naturaleza? ¿Es el amor de sus padres el que, misteriosamente se conecta con el niño y le da fuerzas para luchar contra la muerte? ¿Es un milagro de Dios? No lo sé, ni me atrevo a conjeturar sobre ello. Dicen los padres que <<Alfie no necesita ya un cuidado intensivo. En el hospital ya no recibe ningún tratamiento médico. Le estamos cuidando nosotros y las enfermeras, que no acaban de creérselo>>. Quince meses con el respirador artificial, sin el cual aseguraban los doctores que no era posible que viviese, y tres días más tarde, por hoy, el pequeño desafiando a la ciencia. No he relatado la peregrinación judicial de los padres porque supongo que ustedes estarán al tanto: unos médicos desconectan al niño, unos padres disconformes recurren a los tribunales, y un juez que ordena sea desconectado. Y todo esto con un agravante: un país europeo, Italia, que se ofrece a atender al niño y tratarlo en el hospital Bambino Gesú, gestionado por el Vaticano, motivo por el cual le concede a Alfie la ciudadanía italiana. Y un avión medicalizado dispuesto a volar hasta Liverpool a recoger al niño en cuando estuviese lista la autorización. Pero he aquí que los padres luchaban contra una muralla impasible, fría y deshumanizada. Un juez del Tribunal Superior de Mánchester ha denegado la posibilidad de trasladarlo a Italia para mantenerlo con vida, e investigar un nuevo diagnóstico y tratamiento que posibilitase, quién sabe, que el pequeño siga con vida. Eso sí, el Juez, generoso hasta el límite, “deja la puerta abierta” a que Alfie pase sus “días u horas finales” en casa con sus padres. Todo un detallazo por parte de Su Señoría, al que Dios pille confesado, como decimos por aquí.

No lo entiendo, no lo puedo entender. Una mujer tiene “derecho a decidir” a sus anchas e impunemente matar a su hijo del que está embarazada, y el pequeño Evans ha de morir, sí o sí por sentencia judicial.

Y unos padres, cansados y derrotados por poderes que les abruman sin piedad, a los que solo les queda el recurso de seguir amando como solo unos padres saben amar, y vivir la tortura del prisionero al que le niegan hasta el agua, condenado a morir por la soberbia del poderoso.

¿Cómo es posible que en la época en que vivimos un país civilizado niegue a unos padres el derecho inalienable –y sagrado- de llevar a su hijo a cualquier lugar del mundo donde le hayan ofrecido ayuda?

¿Pero qué estoy diciendo? ¿Un país latino le va a enmendar la plana a la Gran Bretaña?

Y no saben, ciegos de soberbia y poder que, aunque esté cantado el tiempo de vida de un niño, jamás poder humano alguno puede arrebatarle a unos padres verter sobre su hijo el torrente de besos y abrazos que guardan solo para él y necesitan imperiosamente entregarle durante el largo o corto tránsito que pueda durar su vida. Ni privar a un niño del amor que a buen seguro percibe, se cifre su vida por horas, días o años.

Pero a veces, la justicia de los hombres está por encima del bien y del mal y pone límites temporales al amor y hasta a la posibilidad, cercana o remota, de salvar una vida. Y no saben ni les importa, ignorantes jueces y gobiernos, que el amor a un hijo es para siempre, aunque se vaya de este mundo a los pocos segundos de nacer. Gobiernos y jueces que permiten matar y a veces, como en este caso, prohíben vivir.

Me queda la satisfacción de saber que también ellos serán sometidos a Juicio.

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