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La inmolación de las azafatas del deporte

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La inmolación de las azafatas del deporte

Antonio García

Generalmente, cuando uno es niño suele creer que los mayores solo hacen cosas juiciosas e importantes. Imagina -inocente retoño- la seriedad de un mundo de adultos que todo lo saben y que tienen a la diosa “razón” cogida por las pelotas. Les gruñen y hasta odian, eso sí, cuando contradicen sus deseos infantiles. Pero no caen en la cuenta -candorosos pimpollos- de la cantidad de gilipollas que conforman el mundo adulto en todas las esferas, capas y clases sociales. Con título o sin título, pobres o ricos, empresarios o proletarios.

Y el caso viene porque, en todo un mundo de “glamour” como es el de la Fórmula 1, unos sesudos y multimillonarios próceres han sido capaces, sin entrenamiento previo, de parir e implantar la mayor tontería –teñida de hipocresía hasta los tuétanos- que han conocido los tiempos modernos. O bueno, dejémoslo en una de tantas, porque en el casting de tontos del culo se forman colas tremendas, particularmente de políticos de profesión. Hay hasta puñaladas por colocarse el primero de la fila.

Las azafatas de parrilla. Esas señoritas que en minifalda ofrecen sombra a los pilotos en un momento de máxima tensión, obligándoles por prudencia a desviar la mirada de sus bonitas piernas porque lo que necesitan en esos momentos es concentración máxima en la lucha que se avecina. Y eso hay que reconocer que no es fácil y puede hacer que en los próximos minutos alguno se pegue la gran colleja saliéndose de la carretera, por tener el pensamiento todavía en los perniles femeninos, en vez de estar en lo que tiene que estar. Así que las han sustituido por azafatos o señoritas con túnica de nazareno, estando en estudio la posibilidad de que sean musulmanas con burka las que sombreen a los héroes de la pista. Que la alta competición no está reñida con la decencia. Aunque últimamente han anunciado que las azafatas tradicionales serán sustituidas por niños, lo cual aún me parece mucho peor. ¿Protestará alguien de esta sociedad desnortada por la “cosificación de niños”?

Y digo yo, ¿de dónde habrá salido esta chorrada? Me temo que las presiones del lobby feminista no andarán lejos, aunque me parezca increíble que la terrible imbecilidad de la “moda política” llegue hasta la alta competición. Como han hecho con el ciclismo. Deporte este que me encanta. He de confesarles sin rubor que, al final de cada etapa televisada, me quedaba siempre a ver la entrega de premios con la única finalidad –lascivo vicio mío- de ver a esos monumentos, decentemente vestidos, entregar besos, sonrisas y peluches a los esforzados de la ruta. Pero claro, lo mío no es cuenta pues me eduqué en el franquismo. Y entiéndalo ustedes, aquella bárbara represión tenía que saltar por algún sitio.

Señoras y señores, no se `puede “cosificar” a la mujer.

Y parece ser que, hasta hace poco, y a tenor de las nuevas reglas de los decentísimos –y marranos mentales- próceres del deporte, esas agradables, alegres, educadas y dignas azafatas eran “cosas”, no personas. Pero me surge una pregunta: a la cantidad de mozas que en cuanto empieza el buen tiempo se pasean por las calles despojadas voluntariamente de toda prenda reaccionaria y fascista, superando a las azafatas del motor y pedal, ¿quién las cosifica? ¿Habría que prohibirles mostrarse en público?

Ahora bien, lo que me mosquea es que a las pedorras del feminismo reivindicativo moderno, que no saben manifestarse sin enseñarnos las tetas –a veces hasta en bragámen- nadie les ponga un pero. Y las retraten bien retratadas –ya se ocupan ellas- para la posterior difusión de sus hazañas en el inmenso mundo virtual de Internet. Ya sea en el Parlamento, en la calle, o a la puerta de una iglesia -cuando no dentro-, todo el mundo se tiene que enterar de que tienen dos, provistas de apéndice saliente. Mas un ombligo donde todo el mundo lo tiene y pintarrajeadas con consignas de lo más grosero e irrespetuoso. A cambio de un sueldecillo, claro está. Pobres criaturas, moralmente prostituidas por un plato de lentejas.

Para más abundancia, a un nutrido colectivo de guarras e indecorosas se les jalean además las mofas, las irreverencias y los escarnios que cometen desde el escenario con respecto a personajes sagrados, en los más ridículos y cochambrosos espectáculos públicos de distinta calaña que hoy tanto molan. De lo más chabacano y grotesco que cualquiera puede llevarse a la boca. ¡Y no passa naaaa!

Pero, ¿y la publicidad? ¿Quién se mete con la publicidad? La tele nos invade, sobre todo en ciertas épocas del año, de anuncios de colonias y perfumes que parecen secuencias de películas eróticas. Y claramente nos dan a entender que, en este mundo hipersexualizado, la finalidad de rociarse con un buen aroma es echar un kiki. ¿Las actrices y actores de esos anuncios no son “cosificados”? ¡Si hasta en algunos anuncios de coches lo primero que se ve son unas piernas monumentales de hembra saliendo del vehículo!

Me gustaría ver a esos autores de la prohibición en sus orgías privadas, y comprobar cómo “cosifican” a las muchachas en sus juergas secretas montadas solo para hombres. Hasta hay quien dice, y no me lo invento, que muchas desapariciones de jóvenes féminas (y de niños) tienen que ver con este submundo tenebroso. Presuntamente.

Creo que las pobres chavalas de la parrilla de salida, muchas de las cuales se pagan sus estudios con estos trabajillos, han sido insultadas, despreciadas y humilladas. En aras del más necio fariseísmo. Y de la más corrupta hipocresía. Presuntamente.

Harán lo que quieran, claro, pero por favor, les ruego que no “utilicen” a los niños. Sería la mayor indignidad y la mayor depravación, aunque haya mamás y abuelas que babeen a ver a sus retoños en semejante guisa. No los “cosifiquen” también.

¡Imbéciles!

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