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La Arcadia feliz (republicana)

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La Arcadia feliz (republicana)

Antonio García

Arcadia era una provincia de la antigua Grecia –en la actual Peloponeso- que, gracias a los artistas de la Antigüedad y el Renacimiento, se convirtió en un país imaginario donde reinaba la paz, la sencillez, la plena felicidad. La armonía y la dicha perfectas en un ambiente de paisajes idílicos, poblado de pastores y hermosas ninfas, en una edad dorada pujante de abundancia, inocencia y ventura inconmensurables. Un microuniverso modelo de bondad. Era el reino de Pan, dios de la naturaleza y patrono de los pastores.

Estoy seguro, queridos lectores, que a todos nos gustaría un mundo así. Y por eso escribo este artículo, porque quiero ser yo, en rigurosa primicia, quien les anuncie la buena nueva. Agárrense: España, también llamada Estepaís, está a punto de ser republicana. Y además, federalista. Porque ustedes saben que también existe la república unionista, pero esa es para naciones endebles, carentes del vigor y el coraje que nos da fama universal. O sea, lo que antes llamábamos “la furia española”. No hablo ya de los autóctonos “machos ibéricos” a la antigua usanza -que conquistaron más de medio mundo-, porque sería discriminatorio y homófobo, pero sí de elementos y elementas de la ciudadanía y el ciudadanío capaces de protagonizar las mayores gestas de la historia, para tirria, pelusa y resquemor del resto de los mortales.

Pues lo dicho, la III República Española está al caer, a la vuelta de la esquina. Lo cual conllevará, como pueden imaginarse, la transformación de Estepaís en la nueva Arcadia sobre la tierra. A saber –y me repito-: paz, armonía, felicidad, dicha perfecta, abundancia, ventura e inocencia. Bueno, de ésta última ya hay bastante, pero aún traerá más. Tal será, que bien parecerán todos los días el 28 de Diciembre.

Y habrá pastores y pastoras en matemática paridad, si –con su patrono y patrona incluidos-, pero la mayoría de pobladores serán borregos. Muchos borregos. O si lo prefieren, candorosos corderos, que queda más arcádico. Y existirán hermosas y pujantes ninfas, como siempre, pues España es fecunda en ellas (con permiso de las feministas amargadas).

Y lo más importante: los múltiples pastores que apacienten el ganado (permítanme usar el genérico gramatical) se llevarán como hermanos, sus pensamientos serán siempre nobles y sus palabras sinceras. Todas las decisiones sobre el pastoreo se tomarán por unanimidad, gozosamente consensuadas. Y sus bolsillos y cuentas corrientes serán de cristal de Segovia. Todos serán honorables, altruistas, cultísimos, inteligentes. Servidores incondicionales de borrego-ciudadano, tendrán la moral y el respeto a la dignidad humanas por bandera. Y jamás, jamás darán lugar a entrampar al país ni en un céntimo.

Y habrá un presidente de la III República, icono y garante del federalismo más amigable, equitativo, solidario, desprendido, ahorrativo y generoso como jamás lo hubo, cuya sede será un pisico de Protección Oficial y un sueldo mileurista. Aunque eso sí, tendrá a su disposición una bicicleta de aluminio y cambio de marchas para sus traslados oficiales necesarios. Todo lo más, se le permitirá una criada por horas, cotizando a la Seguridad Social.

Ustedes se preguntarán por qué se todo esto. Fácil: el pasado 14 de Abril se celebró en Madrid una triunfante y multitudinaria marcha por la III República, convocada por la ínclita Junta Estatal Republicana. Solo tuve que escuchar al pregonero.

Miles de personas, como heraldos de un nuevo mundo feliz, como privilegiados enviados del dios Pan, desde la Plaza Cibeles hasta la Puerta del Sol impregnaron los vientos madrileños con la afortunada noticia.

Los lemas que pregonaron no pueden caer en el olvido, porque en ellos se encuentra la sustancia, la madre del cordero. Entre otros destaco: “¡Contra la impunidad del franquismo!” Es verdad, mientras el franquismo sea impune, esté presente en calles y plazas, ejidos y cunetas, montañas, ríos, hipódromos, acequias de riego y túneles del tren, España no tendrá arreglo. Se deberá instaurar la pena de muerte y cargárselo de

una vez por todas, dada su proverbial resistencia a salir de nuestros espíritus angelicalmente republicanos.

Otra era: “¡No al pago de la deuda!” Estoy totalmente de acuerdo, siempre y cuando esta consigna incluya el perdón de mi hipoteca. ¡Que se jodan los acreedores!

España se encuentra en una situación gravísima, azotada por una crisis cuya única salida no es ya un cambio de gobierno, sino la instauración imprescindible de la III República, pues, como bien nos recuerda y alecciona la historia, las dos anteriores en los siglos XIX y XX fueron todo un exitazo. Nadie se explica cómo, siendo tan felices y prósperos los españoles con ellas, durasen tan poco.

Solo espero, amigos mío, que no nos llevemos un chasco y ocurra como relata Polibio, un grandísimo historiador griego del siglo II a. C. cuya obra aún se estudia en las universidades modernas. Nos cuenta que la legendaria Arcadia era una región pobre, yerma, rocosa, fría, privada de todos aquellos placeres que amenizan la existencia. Y que sus habitantes gozaban de fama por su ignorancia y su bajo nivel de vida. Por algo los poetas griegos idealizaron sus poesías bucólicas en Sicilia en lugar de Arcadia.

Creo amigos, que con República ni sin República tienen mis males remedio. Si acaso existe una posibilidad de encontrar y seguir un camino mejor que el que transitamos, solo será factible si la idiosincrasia española sufre una profunda metamorfosis. Una transfiguración tal, que no nos reconocería ni la madre que nos parió.

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