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El estanque de los sueños

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El estanque de los sueños

Por Sol Sánchez

Una mañana de primavera Concha Ras, una adolescente hellinera, en el tiempo de recreo del Instituto compraba unas empanadillas en la Monterrey y se iba a comérselas junto al estanque del parque.

Le gustaba mucho ese lugar…, la pequeña cueva de piedra, las florecillas que en primavera comenzaban a salir. Las sombras y los rayos del sol jugando a dibujar formas sobre las aguas cristalinas. Era un reducido mundo en el que la magia parecía flotar. En las últimas semanas había coincidido con un señor de edad muy avanzada. El hombre parecía tener un ritual: se acercaba a la cueva, dejando con sus labios un beso sobre la piedra. Introducía sus dedos en las aguas y se quedaba pensativo durante un rato. Parecía formar parte de un hechizo que lo llevaba muy lejos.

Aquella mañana Concha había decidido hablar con él. Preguntarle por qué hacía eso cada día, a la misma hora, evitando saludarla. Incluso parecía no verla.

Ante las preguntas, el hombre le contó:
-¡Oh, muchachita! Discúlpame, no es nada personal. Estoy tan acostumbrado a vivir dentro de mis sueños que ya no veo la realidad que me rodea. Hace décadas, cuando yo tenía algunos años más que tú, venía también aquí a almorzar. Coincidía con una bella hellinera de ojos marrones y una melena que le llegaba hasta la cintura. Ella siempre traía entre sus manos pétalos de rosas que echaba a flotar en el estanque. El día que me acerqué a ella me contó que aquí anidaban hadas y duendes y que venía a pedirles un amor eterno. Lo cierto es que ese día fue el primero de nuestra larga e intensa vida juntos.

Concha entusiasmada con el relato le preguntó:
-¿Y qué pasó?
Pues ya te digo que hemos permanecido unidos muchos años. Cada otoño volvíamos a este estanque para volver a “prometernos”. Para declararnos una vez más nuestro profundo amor y en secreto renovar nuestros votos, con la única presencia de las hadas, duendes, y este mágico lugar al que ella llamaba el estanque de los sueños.
-¡Qué bonito! –susurró Concha muy bajito.

-Nunca pensé –dijo el anciano- que ella me dejaría físicamente. Lo hizo hace un año sin avisar. Acabábamos de venir aquí a celebrar otro aniversario. Me habló de lo mucho que en esta vida he significado para ella. Entre lágrimas me agradeció cada minuto a su lado. Me dijo que quería casarse un año más conmigo y así lo hicimos de nuevo, ante la cueva, las aguas cristalinas y la protección de los pinos. Al día siguiente al despertarme, ella estaba con su cabeza sobre mi pecho en el sueño eterno.

-¡Lo siento mucho! –volvió a susurrar Concha, conmovida ante tan bella historia. Escuchó los lamentos del hombre.

-Ahora ya no sé qué hacer en esta vida. Lo único que me hace algo feliz es venir hasta este lugar encantado en el que nuestros sueños se hicieron realidad. Aquí siento muy cerca su presencia por eso lo he bautizado tal y como ella lo llamaba: “El Estanque de los Sueños”.

Concha se acercó al hombre dándole un fuerte abrazo que sirvió para transmitirle todo su afecto y admiración. Intentando retener las lágrimas se marchó al Instituto, dejando al anciano en su mundo de quimeras.

Por la noche su madre le repitió varias veces:
Concha… ¿no vas a irte a la cama? Es muy tarde y mañana tienes que madrugar.
Concha esperaba la llegada de su padre, alcalde de Hellín, Don José Ramírez de Arellano, que esa noche tenía una reunión con los residentes de un barrio a los que debía ayudar.

Era la una de la madrugada cuando el hombre cansado, dejó caer las llaves sobre un plato de cristal. Al entrar a la salita vio a su hija con la mirada cristalina, sentada junto a la mesa camilla, iluminada por la tenue luz de una vela, dispuesta a contarle una historia de Hellín. Una aventura de enamorados, relato de sentimientos y emociones, de fuertes nudos que sobreviven en el tiempo y dejan una huella imborrable.
Nueve días estuvo Concha en cama por culpa de una fiebre alta que se apoderó de ella. Al décimo volvió a la normalidad, ansiosa por regresar al estanque y encontrarse con la presencia del anciano que volvería a contarle más relatos de pasiones. Sin pasar a comprar las empanadillas corrió por el parque…, al llegar solamente encontró a una joven que la esperaba.

-¿Eres la chica que coincide con mi abuelo cada mañana?
-¡Sí! –le contestó Concha sin saber por qué le decía eso.

Llevo unos días esperándote. Mi abuelo, unas horas antes de morir, me pidió encarecidamente que te diera las gracias por tu regalo.

-¿Mi regalo? –preguntó Concha sin entender nada. La chica se alejó. Concha impresionada se agachó para introducir sus manos en las aguas, de la misma forma que había visto hacerlo al viejo. Al levantar la mirada, junto a la cueva, vio un bonito cartel de madera en el que el Alcalde de Hellín, Don José Ramírez de Arellano, había ordenado esculpir unas letras: “EL Estanque de los Sueños”.
Porque los sueños a veces se hacen realidad.

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