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Carta de la niña que fui, a un niño de hoy

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Carta de la niña que fui, a un niño de hoy


Por Sol Sánchez

Hoy, he visto a una niña de unos siete años, intentando escaparse de la mano de su abuelo.

Al final, se ha sentado solitaria en un banco del Parque, jugando con una maquinita.

El hombre de aspecto frágil y cansado, ha llamado mi atención, porque llevaba una boina igual que el mío.

Me han dado ganas de acercarme a la niña y decirle:

-Vuelve al lado de tu abuelo y dile que te siente sobre sus rodillas, lo está deseando.

Pídele que te cuente un cuento, mientras con sus dedos ya temblorosos, te retirará el pelo de los ojos. Será uno de los cuentos que nunca olvides.

Narraciones impregnadas de valores, que te llevarán a un viaje en el que se mezclarán, mundos fantásticos, con su forma de predecir el clima con las cabañuelas.

Te contará sabiamente, que el tiempo, es similar a la rapidez de un viaje en tren, en el que puedes elegir ir mirando por la ventana, o permanecer dormida en el trayecto.

Pídele que te deje besos en las mejillas, porque esos besos llenos de gozo y ternura, serán tu remanso de paz del mañana. ¡Tu hucha de los tesoros!

Disfruta de tus abuelos, niña, porque se marcharán antes de lo que esperas.

Será el momento en el que aprendas que la velocidad del rayo y el trueno son similares al paso de la existencia.

¡No corras en dirección contraria a ellos!

Adáptate a sus pasos, grabando en tu memoria el color plateado de su pelo.

Ellos te regalarán la calma y serán cómplices de tus juegos.

En una de esas tardes en las que estén adormecidos, introduce tu pequeña mano en sus bolsillos… encontrarás guiños de recuerdos, escritos en las hojas doradas del otoño.

Cuando pasen los años y seas adulta, llegará a ti, en el momento más insospechado, su huella personal, inolvidable. ¡Su templanza!

Te envolverá, como la niebla cubre los picos más altos de las cimas.

Con la fuerza con la que las olas, borra los nombres escritos sobre la arena.

Y entonces de nada servirá llorar su ausencia, lamentarte de lo perdido, si no llevas contigo parte de sus latidos, los que te hicieron compartir y valorar el regalo de lo vivido.

Porque cuando se ha amado y participado de verdad, no hay niebla que angustie el Alma, ni

olas que borren huellas. Y no habrá un “niño en tu interior” al que curar. Ni cicatrices que maquillar.

Te lo digo yo, que fui niña y aún, de vez en cuando, me llega el humo de los cigarrillos de antaño. Ese tabaco que mi abuelo se fumaba, impregnándome la piel, dibujando formas en el aire.

Por muchos restaurantes de lujo a los que pueda ir, ninguno será como la mesa humilde de su casa, en la que junto al abuelo, me tomaba las sopas de pan con leche.

¡No degustaré un menú más sabroso!

Por mucha lluvia que caiga, no habrá otro patio que me regale, una sinfonía de ruidos más bella, como la que producía el agua que caía por las canaleras del pequeño patio.

Y por mucho dinero que pueda tener, ninguna cantidad me hará sentir más rica, que los perrones que él depositaba sobre la palma de mi mano.

¡Vamos, niña! ¡Ahora o nunca!

Ningún juego virtual, podrá sustituir la fortuna humana, de la realidad que tienes en este instante.

Vuelve sobre sus rodillas y apoya tu cabeza en su pecho, cierra los ojos y déjate guiar, por los latidos de su corazón. Te llevarán a conocer la mejor parte de los seres humanos, fuente de un amor infinito.

No te pierdas el mundo que sobre ellas puedes descubrir, te aseguro que nunca hallarás un espacio igual a ese, que te conecte de la misma manera con tu mundo interior.

Descifrarás cuáles son las conductas reprochables y las correctas para vivir feliz, comprobando que sobre esas rodillas, los defectos se convierten en virtudes.

Fabricarás la coraza que te protegerá de las oscuridades.

¡Pídele que te cuente un cuento!

Y sigue haciéndolo el resto de su vida.

Hay quien dice, que los abuelos jamás mueren, se hacen invisibles.

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