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¡Ay, Carmena!

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¡Ay, Carmena!

Por Antonio García

Era de suponer que, antes o después, estas cosas pasaran. Se veía venir observando el rumbo de los acontecimientos y el rumbo de los “acontecedores”, o sea, de aquellos que, arañando poco a poco regalías y puestos de poder, con sus trapicheos y engañosas promesas van ocupando los lugares disponibles de la cartelera política. Ese gran elenco de payasos sin gracia, que maldita la gracia que hacen. Dicen que no hay cosa peor que un tonto con mala leche. Y es verdad, porque cuando no saben gobernar, cuando no dan la talla para dedicarse de lleno a aquello para lo que han sido elegidos, se dedican a tocarle los cojones a todos los que no son de su cuerda. Obnubilados por ideologías que ni ellos mismos saben a donde conducen, sueltan sin ningún pudor la mierda que llevan dentro contra todo aquello que se encuentra al alcance de su odio.

Y como no podía ser de otra manera, le llega el turno a los belenes. Nuestros “pesebres”. Por ahora el intento es algo tímido, pero todo se andará si no hay quien lo remedie. La señora Carmena, alcaldesa de Madrid famosa por sus logros socio-políticos-económicos en la ciudad que rige, conseguidos en tiempo récord, ha dicho que en su Ayuntamiento no se pone el belén estas Navidades. Y así se lo ha hecho saber a la Asociación de Belenistas, que son los encargados habituales de instalarlo. ¿Por qué? Porque “no lo quiere en la casa de todos los madrileños”. No me consta que semejante atropello lo llevase en el programa electoral, ni tengo noticias de que el pueblo de Madrid le haya pedido a voz en grito que no lo ponga. Pero ella sabe que con su carisma, cualquier gilipollez que se le ocurra será bienvenida por millones de vecinos que solo viven pendientes de que la nena abra la boca, para decirle “amén Carmena”. El año pasado el tradicional belén fue visitado por cuarenta y cinco mil madrileños, pero ese es un dato sin importancia, una mera e insignificante anécdota de la que nadie se acordará cuando todos vean cómo va a dejar la ciudad, en cuanto tenga oportunidad de ponerse a trabajar en serio.

Algunas lenguas comentan que, en realidad, no quiere herir a nuestros amados huéspedes, los musulmanes. Y que no quiere instalarlo en el Ayuntamiento por peticiones de los hijos y herederos de Mahoma. Como decía al principio, de momento la cosa es tímida porque, algunos belenes que se instalaban en determinados y concurridos lugares de Madrid los va a cambiar de sitio. Ya no se si a lugares menos concurridos por la morería.

En fin, que la señora que vendió “el cambio hacia la libertad” y la “transparencia”, ahora impone gratuitamente sus reales y sus fobias contra el tradicional símbolo religioso, sin darse cuenta de que es una tradición ancestral, arraigada profundamente en nuestra cultura, a la que apoyan y de la que gustan tanto creyentes como no creyentes. Al igual, por ejemplo, que la cabalgata de los Reyes Magos.

Pero dejemos a esta pobre desnortada y su lúcido equipo de gobierno, y crucemos los Pirineos. Tal vez, mal que nos pese, podremos aprender algo.

La Asociación de Alcaldes de Francia, que debe ser algo así como la federación de Municipios de España, ha tomado la decisión de prohibir los nacimientos o pesebres en los municipios del país esta Navidad. Dicen que la presencia de belenes es incompatible con el laicismo y que ellos quieren “reafirmar su compromiso colectivo con la República”. Curiosamente, esa polémica prohibición fue discutida cinco días después de los atentados islamistas en París.

Pero uno tras otro, numerosos alcaldes se han revelado contra esta decisión. Y además unos cincuenta parlamentarios han firmado una petición a la Asociación francesa para que se retracten: “Compartimos el valor de la laicidad en la República, pero nos negamos a que se exprese un sentimiento antirreligioso”. Curiosamente, el promotor de la queja, el alcalde de Béziers ganó hace poco una querella en los tribunales, para que se permitiese colocar un nacimiento en su alcaldía.

A pesar de que la ley laicista de 1905 prohíbe la presencia de símbolos religiosos en edificios públicos y monumentos, fuera de los lugares reservados al culto, cementerios

y museos, la tradición del belén se ha vivido en Francia de modo pacífico siempre. El alcalde mencionado, Robert Ménard ha dicho que él no es religioso, pero considera que el belén es una tradición cultural francesa, “porque Francia tiene una cultura cristiana”.

El tradicional “nacimiento”, amigos míos, se ha convertido en algo más que un símbolo religioso. El belén está insertado hasta lo más hondo en la memoria de los pueblos de raíz cristiana. Tradición, costumbre, cultura, familiaridad, regocijo de grandes y chicos. Particulares, empresas, escaparates de comercios, instituciones, plazas públicas… todo está impregnado desde hace siglos de este paisaje de figuritas, verdín, talleres de artesanos, palacios, reyes magos en sus camellos, el río… y aquel humilde pesebre en donde se produjo el nacimiento más importante de la historia de la humanidad.

La desaparición de belenes ni hará más grande el laicismo, ni solucionará los problemas con los musulmanes. Más bien se conseguirá negar nuestra propia alma.

Algún no creyente ha dicho que, para ganar una guerra, se necesitan los valores tradicionales, sobre todo los sagrados.

En el futuro, no lo olviden, necesitaremos una Europa cristiana. Y si no, al tiempo. Arrieros somos.

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