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A Marina “la sacristana” y José Gallar

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A Marina “la sacristana” y José Gallar

Que las nubes os empujen hasta el cielo…

Por Sol Sánchez

En los últimos meses son bastantes los amigos y amigas que han tenido que despedir a alguno de sus padres, incluso a los dos, tal y como le ocurrió a mi querida amiga Carmen Martínez Maricó.

Recuerdo siendo una niña cuando se iban “marchando” los abuelos de mis amigos y yo pensaba que los míos se quedarían para siempre conmigo, pero inevitablemente no fue así. Ellos nos enseñaron el significado de las pérdidas, a una edad en la que cada uno de nosotros lo llevábamos como podíamos. Lo que jamás pude imaginar, era que los que se marcharan fueran nuestros padres. Pero el tiempo ha ido pasando y este es el cruel momento en el que nos toca despedirnos de ellos. No sé qué sensación se os queda a vosotros. A mí, tras esa etapa de rabia, he pasado a la aceptación. Este invento de la vida tiene muchas partes incomprensibles para el corazón humano, será por eso que en ese mismo momento en el que una gran parte de ti se abandona a “será lo que tenga que ser”, es cuando comienzas a vivir la vida relativizándolo todo, e intensificando mucho más los días en lo que hacemos y con quién lo hacemos sin planificar demasiados proyectos a largo plazo…

Sucede que desde la perspectiva de “adulto”, tu pueblo…, nuestro pueblo se va convirtiendo en un “hogar”, y la gente que en él habitaba cuando éramos unos críos, con el paso de los años, se ha ido convirtiendo en tu familia. No importa que no los veas, o hables con ellos…, tú sabes que están, porque siempre han estado. Por eso cuando te llega la noticia de una pérdida es similar a que un trozo del puzzle de nuestra existencia personal se quede con un vacio, y así sin darte cuenta, una mañana compruebas que son muchos los espacios que van quedando deshabitados.

Hace muchos meses conocí por aquí a Nuchi Gallar, ella nació en Hellín junto a parte de sus hermanos. Sus padres son hellineros y tuvieron que emigrar a Madrid, sin dejar de volver a su amada tierra. Tengo escrito un relato muy bonito (que espero publicar algún día junto a otros) que Nuchi me escribió a petición mía sobre sus recuerdos en Hellín, y al leerlos me emocionaron por la forma en la que intensifica cada detalle del Hellín del ayer y especialmente, la manera de definir a su padre José Gallar, como un hombre honesto, servicial y bueno. Y es que, no podía ser de otra forma: José pertenecía a la gran familia hellinera y esas virtudes son las que coronan a la gente de Hellín. Hace unos días José se marchó a los noventa años, y aunque sus hijos saben que ha vivido una vida plena, intensa y con todo el cariño del mundo…, es irremediable la tristeza.

Marina era, es y será por siempre la mujer de Rafael “el Sacristán” y madre de nuestras paisanas Marisol y Chon a las que mucho aprecio.

Marina, la sacristana Marina, la sacristana

Al pensar en Marina viene a mi memoria el sonido de la puerta de su casa, situada en la Plaza de las Monjas. Ese sonido al cerrarla… Fueron muchas las veces que coincidí con ella en esa calle, cuando ella echaba la llave y se marchaba caminando por la cuesta a sus quehaceres diarios. Si insisto en confabularme con mi memoria, al verla a ella, también veo el cielo del atardecer apacible sobre los tejados y las golondrinas de un sitio para otro, esas casonas con historia y a una mujer Marina, agarrada a su monedero y a sus pensamientos, en esos tantos pasos que ha dado en la vida, en un Hellín de calles anchas y estrechas, de amigos cercanos y conocidos. La recuerdo saliendo por la puerta de la Sacristía y agarrada al brazo de sus hijas.

José y Marina representan a nuestros padres. Forman parte de una época importante y única. Ellos son los que mantienen esas tradiciones y maneras singulares de hacer las cosas. Marina lleva en sus manos el olor a empanadillas recién hechas, a sábanas recién planchadas, a jabón de losa. A esos tareas sencillas de felicidad y sosiego al recodo de tantas tardes, de tantas primaveras sin prisas. En sus labios lleva pegado el clamor de una oración, a solas, sentada sobre cualquier banco de la Parroquia. Marina sabe de pespuntes e hilvanes, de conversaciones, de llamas encendidas, de pucheros, de una mirada al espejo mientras nacían sus destellos plateados en el pelo y sus hijas ya no tenían que ponerse de puntillas para alcanzar su reflejo. Marina es amiga de las ilusiones y de un Pueblo, en el que ella nos arrulló a una generación cada tarde al cerrar y abrir su puerta del corazón.

José lleva los aromas de la niñez en los amplios campos hellineros, correteando bajo las estrellas. Huele a hortalizas recién cogidas, guarda el frescor del agua que corría por las acequias y el profundo amor que iba cultivando desde muy joven por Encarna, gran costurera. José sabe de constancia y esfuerzos.

Fueron las Navidades y Semanas Santas las que hacían volver a José a Hellín, días en los que Marina preparaba túnicas y tambores. Momento en el que ¿quién sabe? Coincidirían en ese Rabal de magia y sonidos junto al resto de padres que nos llevaban de la mano por las viejas usanzas, por el amor a nuestros Patrones San Rafael y la Virgen del Rosario.

¿Sabéis? Yo no entro en esto de la Religión…, pero creo que es imposible que la gente a la que tanto queremos se vaya para siempre. A veces invento un mundo literario en el que los convierto en “duendes” que habitan en el alma hellinera. He escrito tanto sobre ello, que casi vivo suspendida en esa idea y es que José, Marina y todos los padres y madres que se han ido, forman parte de nuestro vivir diario y en uno de esos momentos en los que presientes que un soplo de brisa te roza… ¿quién sabe si son ellos?

Que las nubes os empujen hasta el cielo…

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